«Vino el Señor; y ¿qué hizo?
Grande es el misterio que manifiesta. Escupió en la tierra y con su saliva hizo
lodo; porque el Verbo se hizo carne. Y ungió los ojos del ciego. Estaba ungido,
y aún no veía. Le envió a la piscina de Siloé. Tuvo cuidado el evangelista de
manifestamos el nombre de esta piscina, diciendo que significa "Enviado ':
Ya sabéis quién es el enviado. Si él no hubiese sido enviado, ninguno de
nosotros hubiese sido libertado de la iniquidad. Lavó los ojos en aquella
piscina que quiere decir enviado, es decir, fue bautizado en Cristo. Pues sí,
cuando en cierto modo le bautizó en sí mismo, entonces le iluminó, podemos
decir que, cuando le untó los ojos, le hizo catecúmeno. De varios modos puede ser
expuesta y explicada la profundidad de tan grande sacramento, pero baste esto a
vuestra caridad. Ya habéis oído un gran misterio. Pregunta a un hombre: ¿Eres
cristiano? Te responde que no. ¿Eres pagano o judío? Si te contesta que no, le
vuelves a preguntar: ¿Eres catecúmeno o fiel? Si dice que es catecúmeno, está
untado, aún no está lavado. ¿Por quién está untado? Pregúntale y te responderá.
Pregúntale en quién cree. Por el hecho de ser catecúmeno dirá: en Cristo. Notad
que ahora hablo a los fieles ya los catecúmenos. ¿Qué dije del lodo y de la
saliva? Que el Verbo se hizo carne. Esto se dice también a los catecúmenos;
pero no les basta el haber sido ungidos; corran a lavarse si quieren ver» (San
Agustín [354-430]. Tratado 14 sobre el Evangelio de Juan).
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