«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Éste es el que sin abandonar mi seno, entró en el seno de María; el que inseparablemente permaneció en mí y en ella habitó no circunscrito; el que indivisiblemente está en los cielos, y moró en el seno de la Virgen inmaculada. No es uno mi Hijo y otro el hijo de María; no es uno el que estaba recostado en la gruta y otro el que fue adorado por los Magos; no es uno el que fue bautizado y otro distinto el exento de bautismo. Sino: éste es mi Hijo; el mismo en quien la mente piensa y contemplan los ojos; el mismo invisible en sí y visto por vosotros; sempiterno y temporal; el mismo que, siéndome consustancial por su divinidad, es consustancial a vosotros por su humanidad en todo, menos en el pecado. Este es mi Mediador y el de sus hermanos, ya que por sí mismo reconcilia conmigo a los que habían pecado. Éste es mi Hijo y cordero, sacerdote y víctima: es al mismo tiempo oferente y oblación, el que se convierte en sacrificio y el que lo recibe. Éste es el testimonio que dio el Padre de su Unigénito al bautizarse en el Jordán. Y cuando Cristo se transfiguró en el monte delante de sus discípulos y su rostro desprendía una luminosidad tal que eclipsaba los rayos del sol, también entonces se volvió a oír aquella voz: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. Si dijera: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, escuchadlo. Si dijera: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, escuchadlo porque dice la verdad. Si dijera: el Padre que me ha enviado es más que yo, inscribid esta manera de hablar en la economía de su condescendencia» (San Gregorio de Antioquía [Siglo VI-593]. Homilía 2 en el Bautismo de Cristo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario