«Los que habían sido invitados al
banquete de bodas, venidos de los refugios, las esquinas, las plazas y de todas
clases de lugares, habían llenado la sala del banquete del rey. Cuando entra el
rey a ver a los comensales sentados a su mesa (es decir, a visitar, como lo
hará el día del juicio, a los convidados que reposaban, por decirlo así en la
confianza en él ya examinar los méritos de cada uno) encontró a uno que no
tenía el traje de fiesta. En esta persona vemos a todos aquellos que están
unidos en el mal. Los vestidos con su traje de fiesta son los preceptos del
Señor y las obras cumplidas según la Ley y el Evangelio que son las vestiduras
del hombre nuevo. Así pues, si en el momento del juicio se encontrara alguno
que, llevando el nombre de cristiano no tuviera el traje de fiesta, es decir la
vestidura del hombre nuevo, sino una vestidura manchada, o sea los despojos del
hombre viejo, éste será reprendido inmediatamente y se le dirá: Amigo, ¿cómo
has entrado aquí? Lo llama amigo porque ha sido invitado a las bodas, le
reprocha su desvergüenza por haber manchado la pureza de las bodas con la
sordidez de su vestido. Pero él se quedó mudo. En ese tiempo ya no habrá lugar
para la desvergüenza ni posibilidad de negar, cuando todos los ángeles y el
mundo mismo sean testigos de los pecados. Entonces el rey dijo a los guardias: Atadlo...
A estas manos y pies atados, el llanto y el rechinar de dientes entendámoslos
como pruebas de la verdad de la resurrección o bien, se les atarán las manos y
los pies para que dejen de hacer el mal y de correr a derramar sangre. En el
llanto de los ojos y el rechinar de dientes se nos muestra, mediante una
metáfora tomada de los miembros del cuerpo, la magnitud de los tormentos»
(San Jerónimo [342-420].
Evangelio de san Mateo. Libro 111, 22,11-13).
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