UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO
Puede ser que nuestra época alienta la impaciencia. El ritmo de la vida
es tan acelerado, nuestras capacidades de comunicación son tan rápidas y
nuestros encuentros con los demás son tan fugaces, que estamos aprendiendo a
ser impacientes ante cualquier espera. Pero la fe cristiana necesita el tiempo,
la calma y la constancia. Si la humanidad esperó por siglos y siglos por el
advenimiento de su Dios y salvador, como estamos celebrando durante esta
temporada litúrgica, nosotros no podemos abandonar la virtud de la paciencia.
Efectivamente, la paciencia se necesita en la formación de los cristianos, en
la comprensión de nuestra fe, en el crecimiento de nuestras comunidades locales
y en muchos otros aspectos de la existencia cristiana. No es por nada que, en ciertos
puntos de nuestras liturgias no hay movimiento o palabras sino momentos de
silencio paciente.
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