EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250112

«Sobre la sospecha que el pueblo tenía de que Juan quizá fuese el Cristo. Incluso el amor es peligroso si va más allá de la moderación. Porque quien ama a alguien debe considerar la naturaleza y los motivos de ese amor y no amara esa persona más de lo que merece. Pues si va más allá de la medida y la moderación de la caridad, tanto el que ama como el amado estarán en pecado. Para que esto quede más claro, pongamos a Juan como ejemplo. El pueblo lo admiraba y lo amaba, y en verdad era digno de que se le tributara más admiración que a otros hombres, porque vivía de una manera diferente a los demás mortales. Todos nosotros no nos contentamos con una comida única, sino que disfrutamos con la variedad de los alimentos; no es suficiente beber un solo vino, sino que compramos vinos de diferente sabor. Juan, por el contrario, siempre se alimentaba con langostas, siempre con miel silvestre, y se contentaba con una comida sencilla y ligera, no fuera a ser que su cuerpo engordara con guisos pesados y se cargara con platos exquisitos. Porque nuestros cuerpos son de una naturaleza tal que se vuelven pesados con alimentos superfluos y, una vez que el cuerpo ha engordado, también el alma siente esa carga, ella que se encuentra difundida por todo el cuerpo y está sometida a sus sufrimientos. Por eso, con razón se les dice a quienes pueden observar esto: Bueno es no comer carne ni beber vino ni hacer nada que escandalice a tu hermano. Así pues, la vida de Juan era digna de admiración y muy diferente de la conducta de los demás hombres. No tenía bolsa ni criado, ni siquiera una modesta choza» (Orígenes [C.184-c.253]. Evangelio de san Lucas. Homilía XXV, 1-2).
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