sábado, 19 de mayo de 2012

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR




            La Ascensión de Jesús expresa su glorificación. El Padre “resucitó a Cristo de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, por encima...” de todo y de todos.

            El que el Hijo de Dios, su verbo eterno, esté “sentado a la derecha” del Padre, nos puede parecer la cosa más debida y natural. Pero el que está “sentado a la derecha del Padre” es Cristo, claro, es el Hijo de Dios, su Verbo eterno, pero es también el Hijo de Dios hecho hombre por nuestro amor, es el Verbo encarnado. Es decir, que en este hermano nuestro glorificado, está glorificada nuestra carne, nuestra humanidad. Es el primero de una nueva raza. Es la culminación de nuestras expectativas.

            Esta fiesta es, pues, no solo la proposición de una realidad maravillosa, para nuestra contemplación maravillada. Es también un aliento a nuestra esperanza pues. “No se fue para alejarse de nuestra pequeñez, sino para que pusiéramos nuestra esperanza en llegar, como miembros suyos, a donde El, nuestra Cabeza y Principio, nos ha precedido”.

            Esta gloria futura, esta resurrección y reinado, Pablo los presenta a la comunidad de Efeso, y nos los presenta a nosotros, no como algo por cumplirse, sino como un hecho ya realizado y ya existente en principio. Dice Pablo: “Y con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2, 6).

“… Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios” (Jn 20, 17)

“Galileos ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?. Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá del mismo modo, que le habéis visto subir al cielo.” ( Hech 1,11)

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