Por Jesús de las Heras Muela
Revista Ecclesia
1.- El desierto, el ámbito donde
clama la voz del Señor a la conversión, donde mejor escuchar sus designios, el
lugar inhóspito que se convertirá en vergel, que florecerá como la flor del
narciso.
2.- El camino, signo por excelencia
del adviento, camino que lleva a Belén. Camino a recorrer y camino a preparar
al Señor. Que lo torcido se enderece y que lo escabroso se iguale.
3.- La colina, símbolo del orgullo,
la prepotencia, la vanidad y la “grandeza” de nuestros cálculos y categorías
humanas, que son precisos abajar para la llegada del Señor.
4.- El valle, símbolo de nuestro
esfuerzo por elevar la esperanza y mantener siempre la confianza en el Señor.
¡Qué los valles se levanten para que puedan contemplar al Señor!
5.- El renuevo, el vástago, que
florecerá de su raíz y sobre el que se posará el Espíritu del Señor.
6.- La pradera, donde habitarán y
pacerán el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y león,
mientras los pastoreará un muchacho pequeño.
7.- El silencio, en el silencio de
la noche siempre se manifestó Dios. En el silencio de la noche resonó para
siempre la Palabra
de Dios hecha carne. En el silencio de las noches y de los días del adviento,
nos hablará, de nuevo, la
Palabra.
8.- El gozo, sentimiento hondo de
alegría, el gozo por el Señor que viene, por el Dios que se acerca. El gozo de
salvarnos salvados. El gozo “porque la vara del opresor, el yugo de su carga,
el bastón de su hombro” son quebrantados como en el día de Madían; el gozo y la
alegría “como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín”.
9.- La luz, del pueblo del caminaba
en tinieblas, que habitaba en tierras de sombras, y se vio envuelto en la gran
luz del alumbramiento del Señor. Esa luz expresada hoy día en los símbolos
catequéticos y litúrgicos en la corona de adviento, que cada semana del
adviento ve incrementada una luz mientras se aproxima la venida del Señor.
10.- La paz, la paz que es el don
de los dones del Señor, la plenitud de las promesas y profecías mesiánicas, el
anuncio y certeza de que Quien viene es el Príncipe de la paz, el árbitro de
las naciones, el juez de pueblos numerosos. “De las espadas forjarán arados; de
las lanzas, podaderas”. “¡Qué en sus días florezca la justicia y la paz abunde
eternamente!”
Todos estos lugares, todos estos
símbolos, conducirán, como un peregrinar, al pesebre de Belén, la gran realidad
y la gran metáfora del adviento.
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