No dejes que los resentimientos ensucien tu corazón
¿Quién en su vida no ha experimentado la traición, la
injusticia o la burla? Como que forma parte de esas heridas que casi
obligadamente tenemos que vivir; muchas de ellas se quedan incrustadas en el
alma con el recuerdo, el rencor y el deseo práctico de una dulce venganza, qué
ruin es el corazón humano. Sí, buscamos la venganza para que la otra persona
experimente vergüenza, arrepentimiento y humillación, así nuestro corazón queda
tranquilo, bueno, aparentemente tranquilo, pues ya sabemos que jamás puedo pagar
mal con mal y seríamos demasiados anticuados si seguimos aplicando la ley del
Talión (ojo por ojo y diente por diente). Aprendamos la lección que hoy el papá
de Jaimito nos quiere ofrecer, y no dejemos que esos malos sentimientos,
recuerdos y burlas, manchen de negro nuestra alma y vida.
Un día el pequeño Jaimito entró a su casa dando patadas en
el suelo y gritando muy molesto. Su padre, quien estaba saliendo hacia el
jardín con el objeto de realizar unos trabajos en la huerta familiar, lo llamó
para conversar con él. Jaimito, desconfiado, lo siguió, no sin antes decirle en
forma irritada: Papá, ¡te juro que tengo mucha rabia! Pedro no debió hacer lo
que hizo conmigo. Por eso, le deseo todo el mal del mundo, ¡Tengo ganas hasta
de matarlo!
Su padre, un hombre sencillo, pero lleno de sabiduría,
escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo: Imagínate que el tonto
de Pedro me humilló frente a mis amigos. ¡No acepto eso!, me gustaría que él se
enfermara para que no pudiera ir más a la escuela.
El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina
del garaje de la casa de donde tomó un saco lleno de carbón, el cual llevó
hasta el final del jardín. Su hijo lo miraba callado, y antes de que pudiera
decir algo, el padre le propone lo siguiente:
¿Jaime, ves aquella camisa blanca que está en el tendedero?
Hazte la idea de que esa camisa es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en
esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Quiero que le tires todo
el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para
ver cómo quedó.
El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los
carbones, pero como la tendedera estaba lejos, pocos de ellos acertaron la
camisa. Una hora después, el padre regresó y le preguntó: Hijo, ¿qué tal te
sientes?
Cansado pero alegre, ¡ya le di su lección a Pedrito!, y
sonreía. Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa. El padre tomó al niño de
la mano y le dice: Ven conmigo a mi cuarto, que quiero mostrarte algo.
Al llegar al cuarto, lo coloca frente a un espejo que le
permite ver todo su cuerpo. ¡Qué susto! Estaba todo negro y sólo se le veían
los dientes y los ojos. En ese momento el padre dijo: Hijo, como pudiste
observar, la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que
quedaste tú. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en
nosotros. Por más que queramos o podamos perturbar la vida de alguien con
nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre quedan en nosotros
mismos.
Con esas palabras finales, el Padre se despidió de Jaimito
quien había aprendido una lección de vida. No guardes resentimientos ni
rencores en tu corazón, déjalos ir, no quieras con tus pensamientos e
imaginación llevar esos deseos de venganza a la persona que te ha herido,
recuerda que al final el que sale perdiendo es uno mismo, no vale la pena
ensuciar nuestra alma, más al contrario, que tu corazón sea tan grande que lo
disculpes y lo perdones. De esta forma serás un testimonio auténtico de la
caridad de Cristo.
10 de Octubre 2014
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