La parábola evangélica de los dos hijos (Mt 21, 28-32) exhibe la falsa
espiritualidad de quienes gustan de vivir en el mundo de las apariencias. Quien
no sabe decir no y pronuncia un "sí" de los dientes para afuera,
podrá engañar una vez, pero no más. Más temprano que tarde quedan patentes
nuestras excusas y mentiras. En la relación con Dios no funcionan las
declaraciones diplomáticas ni la falsa obediencia. Por un cierto tiempo podemos
engañar a los demás, pero es imposible engañarnos a nosotros mismos y mucho
menos engañar a Dios. El Señor Jesús no soportaba la hipocresía ni la doble
moral que practicaban muchos escribas y fariseos en Israel. Quienes nos
declaramos creyentes dispuestos a obedecer a Dios en el ámbito de las
celebraciones sacramentales, sin hacer el debido esfuerzo para cumplir lo que
prometemos, pecamos de ingenuidad. Dios nos conoce y no se entusiasma por
nuestras promesas vanas.
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