UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO
Siendo como somos actores y testigos de una sociedad muy
marcada por los derechos de los individuos, y al mismo tiempo, cada vez menos
sensible a la dimensión comunitaria, conviene recordar que, como discípulos de
Jesucristo, aprendimos a llamar a Dios, Padre nuestro. Nuestra experiencia de
fe no es un asunto desvinculado de la fe de los demás. Somos una comunidad de
creyentes. Vivir la experiencia cristiana implica creer en la Iglesia, lo que
equivale a decir creer dentro de la Iglesia, junto con otros hermanos y
hermanas que se confiesan, igual que nosotros, discípulos de Jesús. La cohesión
social está a la baja en nuestra sociedad. Los discípulos de Jesús estamos
llamados a sumarnos a los proyectos que produzcan solidaridad y amor fraterno.
Esas obras y esas iniciativas nos acreditarán como hijos del Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo, comunidad de vida y amor plenos.
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