UNA REFLEXIÓN PARA
NUESTRO TIEMPO
Las palabras habladas o escritas no gozan de suficiente credibilidad
cuando no van acompañadas de gestos que las avalen. Al contrario, cuando los
gestos de solidaridad, de perdón o de cualquier otra noble actitud se
manifiestan, no son necesarias las palabras. Los hechos hablan por sí mismos.
Las señales realizadas por la primera generación cristiana eran expresión de la
amorosa compasión de Dios por los necesitados. Esa demanda siempre estará
presente en nuestra sociedad globalizada. Los migrantes, los refugiados, los
afectados por catástrofes naturales, los desempleados, los marginados de los
sistemas de salud y seguridad social, se asoman a las calles, plazas y cruceros
de nuestras ciudades. El Evangelio de Jesucristo nos pide atestiguar su amor
con dichas personas. El rostro de Jesús se puede descubrir en los rostros de
los excluidos de la globalización. Unos vienen de Centroamérica, otros han
salido de nuestras poblaciones y colonias afectadas por tantas formas de
violencia y exclusión.
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