UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO 20210402
Lo que escuchamos en –el relato de la Pasión–
es la historia del, objetivamente, más grande mal cometido sobre la tierra.
Nosotros podemos mirar este hecho desde dos ángulos diferentes: o de frente o
desde atrás, es decir, desde sus causas o desde sus efectos. Si nos detenemos
en las causas históricas de la muerte de Cristo, quizá quedemos confundidos y
nos sintamos tentados a decir, como Pilato: «soy inocente de la sangre de este
hombre» (Mt 27, 24). La cruz se comprende mejor desde sus efectos que desde sus
causas. ¿Y cuáles fueron los efectos de la muerte de Cristo? Nos los recuerda
San Pablo: justificados por la fe en Él, reconciliados y en paz con Dios,
llenos de una sobreabundante esperanza de la vida eterna. (Cfr. Rm 5, 1-5)... •
La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano.
Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido, a su modo, en una
especie de "sacramento universal de salvación" para la humanidad...
¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la dramática situación que estamos viviendo?
También aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos. Y no sólo a
los negativos, sino además a los positivos, ésos que únicamente una observación
más atenta nos ayuda a captar. La pandemia nos ha despertado abruptamente del
mayor de los peligros al que siempre se han enfrentado lo mismo los individuos
que la humanidad: la ilusión de la omnipotencia. Ha bastado el más pequeño e
informe elemento de la naturaleza, un virus, a recordarnos que somos mortales,
que el poder militar y la tecnología no son suficientes para salvarnos... El
otro fruto positivo de esta crisis sanitaria es el sentimiento de solidaridad.
El virus no conoce fronteras. En un momento ha abatido todas las barreras y las
distinciones de raza, de religión, de posición económica y de poder... • No
debemos volver atrás cuando hayan pasado estos tiempos. No dejemos que tanto
dolor, tantas muertes y tantos heroicos testimonios hayan sucedido en vano...
Digamos, por ejemplo, un “basta” a la trágica carrera armamentista. Destinemos
mejor esos ilimitados recursos a las finalidades que, en circunstancias como
estas, vemos como más urgentes: la salud, la educación, la alimentación, la
lucha contra la pobreza, el cuidado de la creación… Dejemos a las próximas
generaciones un mundo –si necesario fuera– más pobre en cosas y en dinero, pero
más rico en humanidad. Dejémosles un estilo de vida más fraterno, más humano y
más cristiano. ¡Dejémosles la «vida eterna»! [Sintetizado de: Raniero
Cantalamessa, Homilía, 10-IV-2020].
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