«Por esto que dice: Hasta que no
pasen el cielo y la tierra, manifiesta que éstos, a pesar de su grandeza -como
nosotros creemos-, habrán de desaparecer. O llama pequeños los sucesos de la
pasión y muerte del Señor, la que si alguno no confiesa -considerándola vergonzosa
será pequeño -esto es, el último y casi nulo-, pero al que la confiesa se le
promete la gloria de una gran vocación en el cielo. De donde sigue: El que
hiciere, pues, y enseñare, se llamará grande en el Reino de los Cielos. Con tan
magnífico exordio empezó a plenificar la obra de la ley antigua y a anunciar a
sus Apóstoles que no les será posible la entrada en el Reino de los Cielos si
no aventajan a los fariseos en justicia. Esto es lo que manifiesta cuando dice:
Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor... O bien el que trata
como vacío al que está lleno del Espíritu Santo, se hace reo ante el concilio
de los santos, como si hubiere de pagar la ofensa hecha al Espíritu Santo, con
la reprensión de jueces santos. Una vez obtenida la paz humana manda volver a
la divina, para pasar de la caridad de los hombres a la de Dios, y por ello
sigue: Y entonces ven a ofrecer tu ofrenda. El Señor quiere que no pasemos
ningún tiempo sin acudir a él, con la intención de perdonar. Por ello nos mandó
reconciliamos con nuestro enemigo en el camino de la vida, no sea que al tiempo
de la muerte nos vayamos sin terminar la paz comenzada. Por ello dice: Ponte de
acuerdo con tu adversario mientras vas con él en el camino, no sea que tu
contrario te entregue al juez. O bien vuestro adversario os entregará al juez,
porque vuestra ira, que permanece sobre él, es la prueba de vuestra enemistad»
(San Hilario de Poitiers (c.315-368). Evangelio de san Mateo,4).
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