«En la Ley hay preceptos
naturales que nos dan ya la santidad; incluso antes de dar Dios la Ley a
Moisés, había hombres que observaban estos preceptos y quedaron justificados
por su fe y fueron agradables a Dios. El Señor no abolió estos preceptos sino
que los extendió y les dio plenitud. (. . .) Al que te quite la túnica ... De
esta manera no nos entristeceremos como aquellos que han sido desposeídos
contra su voluntad, sino que, por el contrario, nos alegraremos como los que
dan de todo corazón, puesto que haremos una donación gratuita al prójimo más
grande que si lo damos a la fuerza. Y dice: a quien te requiera para caminar
una milla, acompáñalo dos. De esta manera no le servimos como si fuéramos
esclavos sino que nos adelantamos a servirle como hombres libres que somos. En
todas las cosas Cristo te invita a ser útil a tu prójimo, no teniendo en cuenta
su maldad, sino poniendo tu bondad al máximo. De esta manera nos invita a
hacemos semejantes a nuestro Padre que hace salir el sol sobre malos y buenos
... Todo esto no se debe a alguien que ha venido a abolir la Ley, sino a
alguien que, por nosotros, le ha dado plenitud (Mt 5, 17). El servicio de la
libertad es el servicio más grande; nuestro libertador nos propone, respecto a
él, una sumisión y una devoción más profundas. Porque él no nos ha liberado de
las obligaciones de la Ley antigua para que le abandonemos sino para que,
habiendo recibido su gracia más a abundantemente, le amemos cada vez más, y
habiéndole amado más, recibamos de él una gloria cada vez más grande cuando
estaremos para siempre en presencia de su Padre» (San Ireneo de Lyon [130-202].
Contra las herejías IV, 13).
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