En la Iglesia, siempre ha habido una
tensión entre un aspecto que podemos llamar "lo institucional" y otro
que podemos llamar "lo carismático". Lo institucional abarca todo lo
que es esencial para el buen orden de cualquiera comunidad, es decir, oficios,
programas, reglas, procesos y cosas parecidas. Lo carismático abraza todo lo
que da vida a la comunidad y aparece sin ser programado, aun de manera
inesperada. Se piensa, por ejemplo, de talentos personales, iniciativas creativas,
personajes proféticos, movimientos sociales y muchos otros fenómenos. Sin duda,
ambos aspectos son necesarios: sin lo institucional, una comunidad se derrite
en individualismo y entusiasmo mientras que una comunidad sin lo carismática es
opresiva y muerta. Además, ambas son dones de Dios. El secreto se encuentra en
el establecer un equilibrio entre carismático e institucional, que es la
fidelidad al Cristo resucitado.
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