«Pero ¿qué significa: En la casa de mi Padre hay muchas moradas, sino que temían incluso respecto a sí mismos? Por ende debieron oír: No se turbe vuestro corazón. De hecho, ¿cuál de ellos no temería, pues a Pedro, el más intrépido y resuelto, se le dijo: No cantará el gallo hasta que me niegues tres veces? Con razón, pues, se turban cual si él fuese a faltar/es; pero, cuando oyen: En la casa de mi Padre... se recuperan de la perturbación, seguros y confiados en que también ellos, tras los peligros de las pruebas, van a permanecer con Cristo en Dios porque, aunque uno es más fuerte que otro, uno más sabio que otro, uno más justo que otro, uno más santo que otro, en la casa de mi Padre hay muchas moradas, ninguno de ellos será alejado de esa casa donde cada cual va a recibir morada según su mérito. Igual para todos es ciertamente ese denario que el padre de familia manda que se dé a todos los que trabajaron en la viña, sin diferenciar en esto a quienes trabajaron menos ya quienes trabajaron más; denario que, evidentemente, significa la vida eterna donde, porque en la eternidad no hay diversa medida de vivir, nadie vive más que otro. Pero las muchas moradas significan los diversos rangos de méritos en la única vida eterna. En efecto, una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, otra la gloria de las estrellas, pues una estrella difiere de otra en gloria; así también la resurrección de los muertos. Cual las estrellas en el cielo, en el reino obtienen por sorteo los santos morados diversas de claridad diversa; pero a causa del único denario nadie es separado del reino» (San Agustín [354-430). Tratado 67, 2, Evangelio de san Juan).
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