«Después dice la Escritura:
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: Mira, éste está puesto para caída
y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción. Y una espada
atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones.
Tenemos que meditar de qué modo el Salvador ha venido para caída y
levantamiento de muchos, que da una explicación sencilla puede decir que ha
venido para caída de los infieles y para resurrección de los fieles. Pero un
exegeta concienzudo se da cuenta de que de ningún modo puede caer quien antes
no ha estado en pie. Cítame, por lo tanto, a uno solo que estuviera de pie y
para cuya ruina ha venido el Salvador Y lo mismo vale para el que ha
resucitado, porque es evidente que resucita aquel que antes había caído. Hay
que comprender, por lo tanto, que el Salvador no ha venido para ruina de unos y
resurrección de otros, sino que ha venido para ruina y salvación de los mismos.
He venido -dice- para un juicio, para que los que no ven vean y los que veían
se vuelvan ciegos. En efecto, en nosotros hay algo que antes veía y después
dejó de ver, y algo distinto que no veía y después comenzó a ver Por ejemplo,
yo quiero ver con aquellos ojos con los que antes no veía y que después se me
abrieron, porque tras ¡a desobediencia de Adán y Eva se les abrieron los ojos
de los que hemos tratado en mi anterior sermón» (Orígenes [c. 185-c. 254].
Evangelio de Lucas. Homilía XVII, 1).
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