Hay diferentes familias. Hay las que tienen pocos hijos o no tienen hijos. Hay familias bien unidas y otras marcadas por la división y la tensión. No hay que olvidarse de que no todos viven en familias. Sin embargo, nadie vive completamente aislado de los demás. Los ancianos tienen sus vecinos. Los jóvenes tienen sus amigos. Los adultos tienen sus colegas. Por este carácter necesariamente social de la vida humana, la fe cristiana no puede vivirse sólo por un individuo. Necesitamos a otros a quienes podemos mostrar amor, de quienes podemos recibir amor, y con quienes podemos construir comunidades de amor. Somos impulsados por nuestra humanidad a formar, de acuerdo con nuestras capacidades, una única familia de Dios.
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