«Aquella voz manda preparar un
camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas,
para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. Preparad un
camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación,
con el deseo de que la salvación de Dios llegue al conocimiento de todos los
hombres. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas encajan muy
bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: ellas anuncian el
advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse hablado de la voz que
grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista sigue coherentemente
la mención de los evangelistas. ¿Cuál es esta Sión sino aquella misma que antes
se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se
refiere cuando dice: El monte Sión donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os
habéis acercado al monte Sión. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro
apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión? Y esta
Sión y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la misma que a su vez
se yergue sublime sobre el monte de Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a
la cual Dios manda que, una vez ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra
de salvación. ¿Y quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es
evangelizar? Predicara todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de
Judá, que Cristo ha venido a la tierra» (Eusebio de Cesárea [c.265-c.339].
Comentario a Isaías. Capítulo 40).
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