UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO
Ningún ser humano es inmune a los conflictos. Hay quienes
los enfrentan con serenidad y los superan sin generar resentimiento ni rencor.
Aprenden a vivir como víctimas inteligentes. No quiere decir esto que acepten
sufrir maltratos y agresiones injustificados. Jesús padeció ataques nacidos de
la rivalidad, la prepotencia y el temor a perder privilegios. Siempre defendió
sus derechos y no se dejó abofetear por el criado lambiscón del sumo Sacerdote
en la víspera de su crucifixión. Extrañamente protestó ante un insulto menor y
se rindió ante la brutalidad de la cruz. El sufrimiento causado por su muerte
le angustiaba, le costó enormes esfuerzos aceptarlo y lo hizo sin albergar
ninguna actitud negativa ante sus ejecutores. Tampoco hostilizó a los
discípulos que flaquearon. Su corazón estaba sereno y así vivió a lo largo de
su vida. Defender la propia dignidad no está reñido con la serenidad interior.
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