El episodio del
joven rico (Mc
10, 17-25) no ha perdido vigencia. El Evangelio es un texto clásico que sigue
liberando su carga de sentido al paso del tiempo. La llamada de atención sobre
la pegajosa adhesión que experimenta nuestro corazón ante las riquezas sigue
siendo válida. Adquiere un nuevo sentido en esta hora en que somos víctimas de
una corrupción desbocada en nuestro país. Los cristianos no podemos aprobar,
permitir ni participar en esas prácticas tan arraigadas como obscenas: la
apropiación privada de numerosos recursos públicos cancela posibilidades de
superar la pobreza y continúa cerrando el acceso a las oportunidades de
educación y salud para la mitad de la población. Quienes crean que se puede
confesar a Jesús y participar de la rapiña, "los moches", el desvío
de recursos, están tan lejos del Reinado de Dios, como el camello de traspasar
el ojo de la aguja.
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