Juan Bautista no tenía una misión sencilla de cumplir, debía persuadir
a sus seguidores sobre una dolorosa noticia. Los que seguían a este profeta
austero y valiente lo consideraban como el enviado de Dios. Ahora resultaba que
Juan se hacía un lado y animaba a su grupo a poner su confianza en un
misterioso personaje, más fuerte que Juan El movimiento del Bautista pretendía
renovar por entero a Israel. La multitud reconocía un carisma especial en Juan
y no iba a seguir de buenas a primeras a un desconocido venido de Nazaret para
recibir el bautismo. Enseñanza fundamental oportuna para cualquier líder
político o ministro de Jesucristo: es necesario "hacerse a un lado",
dejando libre el camino a otra persona que parece dotada de mejores recursos
para cumplir con la misión. Ni el ansia de poder, ni el protagonismo son buenos
consejeros. Es más sensato dejarse guiar por el sentido común y la humildad,
cuando se cree que es Dios quien elige a sus enviados para realizar sus planes.
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