Cuando los creyentes hablamos de nuestra relación con Dios es
oportuno recurrir al lenguaje de los símbolos y las comparaciones. No podemos
comprender a Dios como entendemos el resto de las realidades tangibles. Entre
Dios e Israel han existido periodos de armonía y otros de tensión y
desencuentro. Dios se presenta como un marido que disfruta de "la luna de
miel" con su pueblo. Ese periodo ideal implica la consolidación de unas
relaciones justas y pacíficas entre los hijos e hijas de Israel. Dios se
complace más en que sus hijos se amen que en las ofrendas y sacrificios que le
presenten en el templo. Cuando los discípulos de Jesús aprendamos a vivir en la
confianza, poniendo en obra la actitud que María, la madre de Jesús, asignó a
los sirvientes de la boda: "hagan lo que él les diga", abundará el
vino bueno de la paz y la armonía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario