Los saduceos reclaman una respuesta orientadora de parte de Jesús. En
medio de la maraña de mandatos y preceptos, necesitan un poco de claridad
acerca del mandamiento principal. Jesús no se pliega ciegamente a sus
exigencias. Para él no existe un solo mandamiento principal, en realidad
existen dos: el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. Más aún, todo
cuanto Dios ha revelado a través de los libros centrales de Israel: la Torah y
los Profetas se condensa en esa indisoluble exigencia. No es posible amar a
Dios sino a través de los sacramentos de Dios que somos todas las personas.
Cada persona humana es la experiencia visible del Dios invisible. Esta lección
tan sencilla permite reorientar la manera cómo tratamos a los demás. Ningún
criterio externo, nacido del color de la piel, las posesiones o el nivel
social, es más decisivo que la común dignidad de toda persona.
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