A ninguna persona le sienta bien el fracaso, ni el sufrimiento o la enfermedad. Cuando se viven estas situaciones se experimenta una gran desazón, porque no se encuentra un sentido claro a la existencia. La falta de fortaleza o la confusión interna generan en no pocos espíritus un apocamiento y una cobardía que conducen al olvido de ideales y convicciones creyentes. Solamente quien logre mantenerse atento al triunfo del Señor resucitado podrá resistir. Vivir congruentemente como discípulo de Jesucristo acarrea costos para nuestro bolsillo y para nuestra forma de tratar al mundo y a las personas. La fe cristiana se traduce en gestos y actitudes en todas las dimensiones de la vida. Los textos que nos propone la liturgia (Apoc 7, 2-4. 9-14; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12) pretenden alentar nuestra esperanza. Cada uno sabrá cómo inspirarse en dichas palabras para afrontar sus desafíos como discípulo de Jesucristo.
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