De entre todos los Tiempos litúrgicos del año, Adviento es el
que más dirige nuestra atención al tiempo mismo, pues habla del pasado de
Israel, del presente de la Iglesia y del futuro de la humanidad. Nos recuerda
que el tiempo es trascendental. No intenta dar una definición filosófica del
tiempo (san Agustín de Hipona proclamó, de manera famosa, la dificultad de
hacerlo), sino que nos estimula a meditar sobre nuestra actitud. ¿Cómo
disponemos del tiempo que Dios nos ha otorgado? ¿Lo desperdiciamos,
olvidándonos de su importancia, subestimándolo como una pertenencia de la que
siempre gozaremos, haciéndonos flojos? ¿Lo guardamos con celo, acaparando
nuestros momentos sólo para nosotros, negando nuestro tiempo a los demás que
nos necesitan? ¿O lo consagramos por medio de nuestras plegarias, nuestra
atención asidua y nuestra generosidad? El tiempo es un don divino. Hay que
usarlo sabiamente.
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