
Por Marta
Burguet Arfelis
Doctora en Pedagogía
Desde que Kant definía la educación como el hecho de desarrollar en el
individuo toda la perfección de la que es susceptible, numerosas disquisiciones
terminológicas alrededor del tema han ocupado el ámbito pedagógico.
Acercándonos a este fenómeno educativo palpamos la necesidad de hacer extensiva
la educación a toda la integridad de la persona. La educación integral está de
moda. Pero el trascendente también es una de estas dimensiones. Y no educarla
es querer arrancar una vertiente formativa de la persona.
Se ha definido al hombre corno un animal religioso, capaz de una
lectura del mundo que lo lleva espontáneamente a la afirmación del
trascendente. Como mínimo, a la búsqueda de sentido. Este itinerario connatural
del hombre hacia la divinidad se va enriqueciendo por una educación basada en
la libertad de creencia, pero una libertad que es necesario educar. Una cosa es
reivindicar el "derecho de hacer lo que me da la gana" y otra,
prioritaria, es saber cuál es la "gana que me da de hacer". ¡Libertad
mal ganada si no ha sido previamente educada!
Responder a este deseo intrínseco de la persona es el motivo de ser que
fundamenta la necesidad de una pedagogía de la fe que cubra las carencias que
la vertiente trascendente padece. Y nos cuestionamos la educación en la fe
desde la certeza de que se aprende más por lo que palpamos en los demás, que no
por lo que nos dicen.
Educar en la fe quizá sea sencillamente el empeño en hacer entender que
Dios ama a los hombres. Y esto se aprende por contagio: irradiar amor para contagiar
el amor del Padre. Previo a escuchar y saber estar con los demás, es
impregnarse del valor del silencio y ia soledad con Dios. A uno de mis educadores en la fe, a menudo le escuchaba decir que para transmitir
esta sensibilidad pedagógica uno debe estar "injertado" de Dios.
Gracias a estos educadores que están bien "injertados" de Dios, el
don de la fe se hace más consciente.
¿Por qué educar en la fe? Para sanar la vista y levantar la cabeza más
allá de nuestro ego. Para hacer el ejercicio de mirar el mundo desde la
lejanía, alcanzando la globalidad, y acercándonos así al libre albedrío de
Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario