«Todavía hoy Juan grita y dice: Preparad los caminos del Señor, allanad
los senderos de nuestro Dios. Se nos manda preparar el camino del Señor, a
saber: no de las desigualdades del camino, sino la pureza de la fe. Porque el
Señor no desea abrirse un camino en los senderos de la tierra, sino en lo
secreto del corazón. Pero veamos cómo este Juan que nos manda preparar el
camino del Señor, se lo preparó él mismo al Salvador. Dispuso y orientó todo el
curso de su vida a la venida de Cristo. Fue en efecto amante del ayuno,
humilde, pobre y virgen. Describiendo todas estas virtudes, dice el
evangelista: Juan iba vestido de piel de camello [ ...] se alimentaba de
saltamontes y miel silvestre. ¿Cabe mayor humildad en un profeta que,
despreciando los vestidos muelles, se cubre con la aspereza de la piel de
camello? ¿Cabe fidelidad más ferviente que, la cintura ceñida, estar siempre
dispuesto para cualquier servicio? ¿Hay abstinencia más admirable que,
renunciando a las delicias de esta vida, alimentarse de zumbones saltamontes y
miel silvestre? Pienso que todas estas cosas de que se servía el profeta eran
en sí mismas una profecía. Que el Precursor de Cristo llevara un vestido
trenzado con los ásperos pelos del camello, ¿qué otra cosa podía significar
sino que al venir Cristo al mundo se iba a revestir de la condición humana, que
estaba tejida de la aspereza de los pecados? La correa de cuero que llevaba a
la cintura, ¿qué otra cosa demuestra sino esta nuestra frágil naturaleza, que
antes de la venida de Cristo estaba dominada por los vicios, mientras que
después de su venida ha sido encarrilada a la virtud?» (San Máximo de Turín
[finales siglo IV-465]. Sermón 88, 1-3).
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