EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA
«Hay otra vendimia espiritual en
la que Dios goza ante el fruto de su viña. Nosotros damos culto a Dios, y Dios
nos cultiva a nosotros. Nos cultiva igual que un agricultor cultiva a su campo.
El hecho de que él nos cultive nos hace mejores, porque también el agricultor
con el cultivo mejora su campo ... El cultivo que él realiza en nosotros
consiste en que no cesa de extirpar con su palabra la mala semilla de nuestros
corazones, de abrir nuestro corazón con su palabra como con un arado, de
plantar las semillas de los preceptos y de esperar el fruto de la piedad. Si
aceptamos en nuestro corazón este cultivo de forma que le demos culto, no somos
ingratos para con nuestro agricultor, sino que le pagamos con el fruto que le
agrada. Y este nuestro fruto no le enriquece a él, pero a nosotros nos hace más
dichosos. Escuchad que, como he dicho, Dios nos cultiva a nosotros. Que
nosotros tributamos culto a Dios no es necesario que os lo demuestre. En
efecto, toda persona tiene en la boca que los hombres dan culto a Dios. En
cambio, que Dios cultiva a los hombres es algo que casi asusta a quien lo oye,
puesto que no es habitual decir que Dios cultiva a los hombres, sino que los
hombres dan culto a Dios. Debo, pues, demostraras que también Dios cultiva a
los hombres, no sea que se piense que he empleado una palabra poco afortunada y
alguno discuta conmigo en su interior y, desconociendo lo que he dicho, me
reprenda. Lo que me he propuesto demostraras a vosotros es esto: que también
Dios nos cultiva; pero ya dije: para hacemos mejores, como al campo. Dice el
Señor en el Evangelio: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos ... y mi Padre,
el agricultor. ¿Qué hace el agricultor? Os lo pregunto a vosotros que sois
hombres del campo. Pienso que cultiva el campo. Por lo tanto, si Dios Padre es
agricultor, tiene un campo que cultivar del que espera el fruto» (San Agustín
[354-430). Sermón 87).
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