«El Señor no cesa de comparar las almas humanas a las viñas: Mi amigo
tenía una viña en un fértil collado (Is 5,1). Jesús llama su viña a las almas
humanas, que las ha cercado, como con una clausura, con la seguridad que dan
sus mandamientos y la guarda que les proporcionan sus ángeles, porque el ángel
del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege (Sal 33, 8). Seguidamente
plantó alrededor nuestro como una empalizada poniendo en la Iglesia en el
primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los
maestros (1 Co 12, 28). Además, por los ejemplos de los santos hombres de otros
tiempos, hace elevar nuestro pensamiento sin dejar que caiga en tierra donde
serían pisados. Quiere que los ardores de la caridad, como los zarcillos de una
vid, nos aten a nuestro prójimo y nos hagan descansar en él. Así manteniendo
constantemente nuestro deseo hacia el cielo, nos levantaremos como vides que
trepan hasta las más altas cimas. Nos pide también que consintamos en ser
escardados. Ahora bien, un alma está escardada cuando aleja de ella las
preocupaciones del mundo que no son más que una carga para nuestros corazones. As~
el que aleja de sí mismo el amor carnal y está atado a las riquezas o que tiene
por detestable y menospreciable la pasión por esta miserable y falsa gloria ha
sido, por decido así, escardado, y respira de nuevo, liberado ya de la carga
inútil de las preocupaciones de este mundo. Pero, para mantenemos en la misma
línea de la parábola, es preciso que no produzcamos únicamente madera, es
decir, que vivamos con ostentación, ni que busquemos ansiosamente la alabanza
de los de fuera. Es necesario que demos fruto reservando nuestras obras para
ser mostradas tan sólo al verdadero propietario de la viña» (San Basilio Magno
[329·379]. Homilía 5 sobre el Hexaemeron, 6).
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