«Si
permaneciereis... En efecto, permaneciendo en Cristo, ¿qué pueden querer sino
lo que está de acuerdo con Cristo? ¿Qué pueden querer permaneciendo en el
Salvador, sino lo que no es inadecuado a la salvación? En efecto, una cosa
queremos porque estamos en Cristo, y otra queremos porque estamos aún en este
mundo. De hecho, a causa de la permanencia en este mundo nos coge a veces a
traición el pedir esto respecto a lo que desconocemos que no nos conviene. Pero
ni pensar que esto se nos haga si permanecemos en Cristo, el cual, cuando
pedimos, no hace sino lo que nos conviene! Mientras, pues, permanezcamos en él
cuando sus palabras permanecen en nosotros, pediremos y se nos hará cualquier
cosa que quisiéremos. Por eso, si pedimos y no se hace, pedimos no lo que implica
la permanencia en él ni lo que implican sus palabras que permanecen en
nosotros, sino lo que implican la cedida y la debilidad de la carne, que no
existen en él y en las que no permanecen sus palabras. Evidentemente, a sus
palabras pertenece de hecho la oración que enseñó, en la que decimos: Padre
nuestro, que estás en los cielos. De las palabras y significados de esta
oración no nos apartemos en nuestras peticiones y se nos hará cualquier cosa
que pidiéremos. Por cierto, que sus palabras permanecen en nosotros ha de decirse
cuando hacemos lo que ha preceptuado y amamos lo que ha prometido; en cambio, cuando
sus palabras permanecen en la memoria, mas no se hallan en la vida, al sarmiento
no se le considera en la vid porque a la vida no la tira hacia sí desde la
raíz. Respecto a esta diferencia vale lo que está escrito: Y para quienes en la
memoria retienen sus mandatos a fin de cumplirlos» (San Agustín [354-430].
Evangelio de san Juan. Tratado 81,4).
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