En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le
preguntaron: "¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?"
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo
les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no
entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este
niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño
como éste en mi nombre, me recibe a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que
sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en
el cielo.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una,
¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se
le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella,
que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre
celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños".
Reflexión
Para entrar en el Reino de los cielos, hace falta un pasaporte: ser
pequeño. Ésta es la identidad que nos distingue delante de Dios; la virtud que
más nos acerca a Él. Una canción dice: “¿Qué tendrá lo pequeño, que a Dios
tanto le agrada?” Cristo nos enseña en este Evangelio que ser pequeño significa
volver a ser niño. Implica un cambio, recuperar cada día aquel tesoro que se va
desgastando con los años…
No hay comentarios:
Publicar un comentario