«Cristo, que por naturaleza era impasible, se sometió por su
misericordia a muchos padecimientos. Es inadmisible que Cristo se hiciera pasar
por Dios en provecho personal. ¡Ni pensarlo! Muy al contrario: siendo -como nos
enseña la fe- Dios, se hizo hombre en aras de su misericordia. No predicamos a
un hombre deificado; proclamamos más bien a un Dios encarnado. (...) Observa en
primer lugar, oh hombre, la economía y las motivaciones de su venida, para
exaltar en un segundo tiempo el poder del que se ha encarnado. Pues el género
humano había, por el pecado, contraído una inmensa deuda, deuda que en modo
alguno podía saldar. Porque en Adán todos habíamos suscrito el recibo del
pecado: éramos esclavos del diablo. Tenía en su poder el documento de nuestra
esclavitud y exhibía títulos de posesión sobre nosotros señalando nuestro
cuerpo, juguete de las más variadas pasiones. Pues bien: al hallarse el hombre
gravado por la deuda del pecado, no podía pretender salvarse por sí mismo.
(...) No quedaba más que una solución: que el único que no estaba sometido al
pecado, es decir, Dios, muriera por los pecadores. No había otra alternativa
para sacar al hombre del pecado. ¿Y qué es lo que ocurrió? Pues que el mismo
que había sacado de la nada todas las cosas dándoles la existencia y que poseía
plenos poderes para saldar la deuda, ideó un seguro de vida para los condenados
a muerte y una estupenda solución al problema de la muerte. Se hizo hombre
naciendo de la Virgen de un modo para él harto conocido. No hay palabra humana
capaz de explicar este misterio: murió en la naturaleza que había asumido y
llevó a cabo la redención en virtud de lo que ya era, según lo que dice san
Pablo: por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados»
(San Proclo de Constantinopla [c.390-4461. Sermón 1 en alabanza de santa María
4.5.6.9.10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario