En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No hay árbol bueno
que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol
se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas
de los espinos.
El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y
el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca
habla de lo que está lleno el corazón.
¿Por qué me dicen 'Señor, Señor', y no hacen lo que yo les digo? Les
voy a decir a quién se parece el que viene a mí y escucha mis palabras y las
pone en práctica. Se parece a un hombre, que al construir su casa, hizo una
excavación profunda para echar los cimientos sobre la roca. Vino la creciente y
chocó el río contra aquella casa, pero no la pudo derribar, porque estaba
sólidamente construida.
Pero el que no pone en práctica lo que escucha, se parece a un hombre
que construyó su casa a flor de tierra sin cimientos. Chocó el río contra ella
e inmediatamente la derribó y quedó completamente destruida".
Reflexión
El fruto revela la raíz
Este pasaje es una exhortación directa de Jesús a la autenticidad
interior. No basta con aparentar bondad o religiosidad: el corazón es la
fuente, y el fruto —las obras, las palabras, las decisiones— revela su
verdadera condición.
La boca como espejo del corazón: Aquí se nos recuerda que el lenguaje no es neutro. Lo que decimos revela lo que somos. Las palabras que edifican consuelan, denuncian el mal o proclaman esperanza son signos de un corazón habitado por el Espíritu.
La casa sobre roca: Esta imagen es profundamente eclesial y personal. Construir sobre roca es vivir la fe con obediencia, no solo con emoción o apariencia. La roca es Cristo, pero también su palabra vivida. En tiempos de tormenta —crisis, tentaciones, sufrimiento— solo lo que está cimentado en Él permanece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario