Algún pensador cristiano contemporáneo ha llamado la atención
sobre el riesgo de terminar convirtiendo la misericordia de Dios en una
"caricatura grotesca". No conviene ofrecer una "gracia
barata", es decir, una oferta de perdón sin exigencias ni compromisos. El
Dios que perdona, tal como nos recuerda la oración del Padre Nuestro es el
mismo que nos anima y exige ofrecer el perdona cuantos nos ofenden. Sin
embargo, esa oferta libre y voluntaria de perdón, no nos exime de restablecer
la justicia, de reparar el daño a las víctimas de nuestra injusticia. Un país
lastimado hasta la médula por tantos homicidios está urgido de una
espiritualidad de la reconciliación y de unas instituciones que aseguren
justicia y no más impunidad. La impunidad repartida desde arriba es una forma
de "gracia barata" que termina socavando la confianza ciudadana y
desmoronando la necesaria cohesión social.
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