Una sociedad tan llena de víctimas, de fosas clandestinas, de
desaparecidos y de inseguridad está urgida de misioneros y servidores de la
paz. Una paz que ahora mismo parece tan anhelada como lejana. Una paz que Dios
nos regala, pero que nosotros debemos construir con grandes esfuerzos. No hay
recetas para la paz que no incluyan el respeto total por la dignidad de cada
persona. Ni el ansia de riqueza sin trabajo, ni la política sin principios, ni
la fe sin sacrificios ayudan a construir la paz. La paz del Reino nace de la
justicia y el respeto a los derechos de toda persona. Los cristianos que
confesamos a Jesucristo tenemos que convencernos que la vida es absolutamente
sagrada y que no podemos seguir disociando nuestra fe de nuestra vida
cotidiana. En los primeros años de la educación familiar se siembran los
valores fundamentales. En esta coyuntura, urge interiorizar antes que nada el
respeto pleno a la vida y os bienes de cada persona.
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