En las primeras
páginas de la Biblia ya está retratado el drama de la migración. En la
narrativa del Génesis encontramos a Adán, Caín, los habitantes de Babel, José,
los hijos de Jacob y sobre todo, al patriarca Abrahán que salen de su tierra,
porque experimentan el grito de la conciencia, la voz de alguna urgencia que
los obliga a desarraigarse. Dios jamás se desatiende de su suerte. Se encarga de
los hijos más débiles, apelando a nuestra solidaridad. La patria única es la
Casa Común. En dicha casa no hay extranjeros. Quienes estamos llamados a ser
personas transfiguradas somos los discípulos de Jesús. Diversas organizaciones
y casas de atención a los migrantes son señal de esperanza en este mundo lleno
de indiferencia y superficialidad.
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