sábado, 14 de marzo de 2020

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO 20200315

El Evangelio (Juan: 4, 5-42) nos presenta a una mujer de Samaria con un perfil interesante. Realiza a diario una rutina de pesados servicios domésticos como otras tantas mujeres de Israel. Esa rutina no la había orillado a perder su sensibilidad creyente. Conforme ella fue descubriendo a Jesús, captó su identidad; primero lo reconoció como profeta, luego lo confesó como Mesías y finalmente como el salvador del mundo. Los creyentes aprendimos a descubrir a Dios a través de la ayuda de nuestros padres. Cuando reflexionamos en el don de la fe, reconocemos que ese don nos fue participado por familiares, catequistas y amigos que nos compartieron el don que a su vez habían recibido. Efectivamente, la vida cristiana arranca a partir de un encuentro personal con Jesucristo. Quienes confesamos a Jesús, asumimos nuestro compromiso apostólico, participando a los demás de nuestra experiencia creyente.

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