viernes, 4 de septiembre de 2020

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO 20200906

 


No hay cristianos de primera y de segunda. Todos participamos del único bautismo y hemos recibido el mismo Espíritu. Aunque exista una diversidad de carismas y ministerios todos estamos insertos en el mismo tronco. De ahí que la urgencia de vivir en comunidad, procurando constituir un todo es un valor distintivo de nuestra fe católica. La universalidad y no el sectarismo es lo que honra nuestro nombre de católicos. Con esa espiritualidad podemos cumplir nuestra vocación ciudadana, viviendo como agentes de cohesión social y no de polarización. Quien pretenda vivir conforme al espíritu del Evangelio no puede sentirse parte de los iluminados, ni de los puros. No hay manera de condenar ni desdeñar a quien piense diferente a nosotros. No disponemos de una superioridad moral que nos convierta en superiores a los demás. Nosotros y los otros. Todos tenemos el mismo derecho a expresar nuestras convicciones respetando la dignidad de toda persona.

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