No es fácil teorizar sobre el perdón y la justicia, mucho
menos cuando uno está pasando por una situación confortable y muchos otros
sufren problemas enormes. No es fácil conciliar el amor de Dios con el maltrato
que sufren numerosas personas a manos de gente brutal y violenta. Esposas
golpeadas por su marido, hijos maltratados por sus padres no entienden dónde
estaba la mirada amorosa de Dios mientras ellos sufrían violencia. En esas
circunstancias no es posible apreciar los signos del Padre amoroso. De ahí que
quienes creemos en el Dios rico en misericordia, estemos llamados a documentar
con nuestra paciencia, solidaridad y compasión el rostro del Padre bueno ante
los que sufren. La práctica de la compasión no es un boleto de ingreso al
cielo, es la mínima muestra de gratitud que se nos pide a quienes hemos
recibido numerosas muestras del amor del Padre bueno a lo largo de nuestra
vida.
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