La relación
correcta entre la religión y la política siempre ha sido un tema difícil. Por
un lado, no podemos proponer una relación en la cual una sirve a la otra, como
en la teocracia (cuando la política se subordina a la religión) o en el
totalitarismo (cuando la religión se subordina a la política). Por otro lado,
no podemos secundar la posición del liberalismo político, ya conservador, de
que hay una separación total entre la política (la vida pública) y la religión
(la vida privada de cada uno). La religión debe ser libre para criticar la
política y, en ciertos casos raros, asumir rasgos políticos, como en el caso de
la Ciudad del Vaticano, una nación soberana que garantiza la libertad del Papa,
de cualquier subordinación a un gobierno secular. Quizá sea una relación que
siempre debe negociarse de nuevo.
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