«La paciencia de Dios. El Señor y Creador del universo,
Dios, que ha hecho todas las cosas y las ha dispuesto con orden, se ha mostrado
no solamente lleno de amor a los hombres, sino también paciente. Él ha sido
siempre, es y seguirá siendo el mismo: caritativo, bueno, dulce, veraz; él solo
es bueno. Sin embargo, cuando concibió su grande e inefable plan, sólo se lo
comunicó a su Hijo único. Mientras que mantenía en el misterio el plan de su
sabiduría y lo reservaba, parecía descuidamos y no preocuparse de nosotros.
Pero cuando lo reveló por medio de su Hijo amado y manifestó lo que había
preparado desde el principio, nos lo ofreció todo a la vez: la participación en
sus beneficios, la visión y la inteligencia. ¿Quién de nosotros hubiera podido
esperarlo? Dios, pues, lo había dispuesto todo aparte con su Hijo: pero, hasta
estos últimos tiempos, nos ha permitido dejamos llevar por nuestras
inclinaciones desordenadas, arrastrados por los placeres y las pasiones. No es
que él se complaciera lo más mínimo en nuestros pecados: únicamente toleraba
ese tiempo de iniquidad sin darle su consentimiento. Preparaba el tiempo actual
de la justicia para que, convencidos de haber sido indignos de la vida durante
este período por razón de nuestros pecados, nos hiciéramos dignos ahora por la
bondad divina, y que después de habernos mostrado incapaces de entrar por
nosotros mismos en el Reino de Dios, por su poder nos hacíamos capaces ... Dios
no nos ha odiado, ni rechazado, no ha guardado rencor, sino que durante mucho
tiempo ha tenido paciencia con nosotros» (Carta a Diogneto. [Texto anónimo de
finales del siglo 11]).
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