La conversión de san Pablo fue el encuentro personal con Jesús que
transformó su vida y su misión. Pablo era un judío fariseo que perseguía a los
cristianos, pero en el camino a Damasco, una luz lo derribó y una voz le
preguntó: 'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?'. Pablo quedó ciego y fue
llevado a Damasco, donde recuperó la vista y fue bautizado. Desde entonces, se
dedicó a evangelizar a los gentiles y a fundar comunidades cristianas.
Aquí la confesión de san Pablo.
DIOS ME REVELÓ A SU HIJO PARA QUE LO ANUNCIARA
Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es cosa
humana; y no lo recibí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.
Habéis oído hablar de cómo me portaba yo en otro tiempo en el judaísmo:
cómo perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios y la devastaba; cómo, en
el celo por el judaísmo, iba más allá que muchos compatriotas de mi edad y me
mostraba celoso partidario de las tradiciones paternas.
Pero, cuando aquel que me eligió desde el seno de mi madre me llamó por
su gracia y tuvo a bien revelarme a su Hijo para que lo anunciara a los
gentiles, en seguida, sin pedir consejo a hombre alguno y sin subir a Jerusalén
para hablar con los que eran apóstoles antes que yo, partí hacia Arabia, de
donde luego volví a Damasco. Tres años más tarde, subí a Jerusalén a visitar a
Cefas, y estuve con él quince días. No vi a ninguno otro de los apóstoles,
fuera de Santiago, el hermano del Señor. Por el Dios que me está viendo, que no
miento en lo que os escribo.
Después vine a las regiones de Siria y de Cilicia, pero las Iglesias de
Judea, que están en Cristo, no me conocían personalmente. Sólo oían decir: «El
que antaño nos perseguía ahora va anunciando la Buena Nueva de la fe, que en
otro tiempo quería destruir.» Y glorificaban a Dios, reconociendo su obra en
mí.
Cfr. Carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 1, 11.24
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