«Surge en el cielo y en la
tierra la gran alegría de este nacimiento admirable. Se muestra a los Magos un
nuevo signo, la estrella del cielo, por el cual se reconoce que ha nacido como rey
de los judíos el Señor de cielo y tierra, aquel de quien estaba escrito: saldrá
una estrella de Jacob y surgirá un hombre de Israel, para que se conociera, a
través de los signos de la estrella y del hombre, la unión de la naturaleza
divina y humana en el Hijo de Dios. Por eso también en el Apocalipsis el mismo
Señor declara acerca de sí mismo: Yo soy la raíz de Jesé y el descendiente de
David y la estrella resplandeciente de la mañana; porque por el amanecer de su
nacimiento, expulsada la noche de la ignorancia, brilló como astro fulgurante
para la salvación del mundo. El esplendor de esta luz, penetrando incluso los corazones
de los magos, los inundó con luz espiritual para que conocieran por el signo de
la nueva estrella naciente al rey de los judíos, al creador del cielo. Pues los
magos, personajes prominentes de una religión falsa, no podían conocer a Cristo
nuestro Señor sino iluminados con la gracia de la condescendencia divina. De
nuevo, pues, se desbordó la misericordia de Dios por medio de la venida de
Cristo, para que el conocimiento de su verdad se extendiera a todas las razas
de los hombres. Esta brilló ante los Magos a fin de que se conociera la piedad
manifiesta de Dios, y nadie desesperara de que, si cree, se le puede concederla
salvación, porque ya ha visto que ha sido concedida a los Magos. Y por eso
fueron los Magos los primeros elegidos entre los gentiles para la salvación,
para que a través de ellos se abriera la puerta de la salvación a todos los
gentiles» (San Cromacio de Aquilea [c.337-c.40]). Comentario a san Mateo.
Tratado IV, 1).
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