«Se hallaba en la sinagoga un hombre poseído... ¿Quién es el que dice:
qué hay entre ti y nosotros? Es uno solo y habla en nombre de muchos. Por ser
él vencido, comprendió que habían sido vencidos también sus compañeros: y
comenzó a gritar. Comenzó a gritar como quien está inmerso en el dolor, como
quien no puede soportar la flagelación. Y comenzó a gritar, diciendo: ¿qué hay
entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Inmerso en los
tormentos y manifestando con sus gritos la magnitud de los mismos, no pone, sin
embargo, fin a sus mentiras. Se ve obligado a decir la verdad, le obligan los
tormentos, pero se lo impide la malicia. Qué hay entre ti y nosotros... ¿Por
qué no confiesas que es el Hijo de Dios? ¿Te atormenta el Nazareno y no el Hijo
de Dios? ¿Sientes sus castigos y no confiesas su nombre? Esto respecto a Jesús
Nazareno. ¿Has venido a perdernos? Es cierto esto que dices: Has venido a
perdernos. Sé quién eres. Veamos lo que añades: el Santo de Dios. ¿No fue
Moisés el santo de Dios? ¿No lo fue Isaías? ¿No lo fue Jeremías? Antes, dice el
Señor, de que nacieras, en el seno materno te santifiqué. Esto se le dice a
Jeremías y ¿no fue el santo de Dios? Luego ni siquiera quienes fueron santos lo
fueron. Pero ¿por qué no les dices a cada uno de ellos: sé quién eres, el Santo
de Dios? ¡0h, qué mente tan perversa: inmerso en la tortura y los tormentos, a
pesar de conocer la verdad, no quiere confesarla! Sé quién eres, el Santo de
Dios. No digas el Santo de Dios, sino el Dios santo. Finges saber quién es,
pero no lo sabes. Porque una de dos: o lo sabes e hipócritamente te lo callas,
o simplemente no lo sabes. Pues él no es el Santo de Dios, sino el Dios santo»
(San Jerónimo [342-420]. Evangelio de san Marcos 1,21-28).
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