viernes, 23 de febrero de 2024

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240225

 


 


«El Tabor y el Hermón exultan de gozo. Hoy se ha escuchado algo que los oídos humanos eran incapaces de percibir. En efecto, el que aparece como un hombre es proclamado Hijo de Dios, unigénito, amado y consustancial con el Padre. Verídico es el testimonio; verdadera es la proclamación: el Padre que lo ha engendrado es el que hace el anuncio. Que venga aquí David y pulsando la lira del Espíritu de resonancias divinas, entone ahora con toda claridad las palabras que pronunció antiguamente al contemplar con ojos puros, y con visión profética la encarnación del Verbo de Dios: El Tabor y el Hermón exultarán en tu nombre (Sal 89,12). El Hermón exultó en primer lugar cuando escuchó que el Padre atestiguaba claramente que Cristo poseía la filiación divina. Esto ocurrió cuando el Precursor, que ocupa un lugar intermedio entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, salió a bautizar en el Jordán. Él era una joya escondida en el desierto y fue enviado para mostrar a todos la luz inaccesible que brillaba en las tinieblas, o sea, en el mundo y permanecía oculta para los que eran cortos de vista. Así, dentro del río Jordán el agua de la remisión, sin haber sido previamente purificada, realizaba la purificación del mundo, cuando, por la voz del Padre que resonaba desde el cielo, fue declarado su Hijo amado aquel que era bautizado y que, al ser objeto de ese testimonio, era también señalado por el Espíritu Santo que apareció en forma de paloma» (San Juan Damasceno [ó76-c. 749]. Sermón sobre la Trasfiguración 3)

 

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