Los cristianos hemos sido frecuentemente interrogados sobre las razones de por qué confiamos en una fe que parece tan maravillosa, pero tan extraña para otros. Las razones sobre nuestra esperanza son también importantes. Es fácil perder el ánimo en el camino de la Cuaresma y en momentos de toda la existencia cristiana. Es fácil ceder a la tentación de dejar de esperar en nuestro glorioso destino final y contentamos con la nimiedades y pequeñeces de la vida cotidiana. Esto sería un error. Los seres humanos no somos creados únicamente para vivir dentro de horizontes estrechos. Somos creados para nada menos que la unión con Dios. Consecuentemente, sería un buen ejercicio recordamos las razones de nuestra esperanza. Como sugiere san Pedro: "estén siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida dar razón de su esperanza" (1 Pedro 3, 15).
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