jueves, 18 de agosto de 2011

Hacia cielos nuevos y una tierra nueva.



El magisterio de la Iglesia rechaza tanto las visiones apocalípticas como la indiferencia frente a la realidad. A pesar de las miserias de la historia humana el cristiano alberga la esperanza de una meta mesiánica de liberación y de paz.
La nueva creación, humana y cósmica, es inaugurada con la resurrección de Cristo, primicia de aquella transfiguración a la que todos estamos destinados, esta perspectiva de fe a veces puede verse tentada por la duda, en el hombre que vive en la historia bajo el peso del mal, de las contradicciones y de la muerte.
Hay quienes piensan que todos los esfuerzos están destinados a ser vanos, que Dios está ausente y no está interesado en este minúsculo punto del universo que es la tierra.
En esta circunstancia se encuentran hombres y mujeres privados de confianza, indiferentes a todo, incapaces de luchar y de esperar.
Frente a la tentación de cuantos suponen escenarios apocalípticos de irrupción del Reino de Dios y de cuantos cierran los ojos cargados por el sueño de la indiferencia, Cristo opone la venida sin clamor de los nuevos cielos y de la nueva tierra, Dios respeta la libertad de la humanidad, la sostiene cuando es amenazada por la desesperación, la conduce etapa tras etapa y la invita a colaborar en el proyecto de verdad, de justicia y de paz del Reino.
El cristiano debe expresar su esperanza también dentro de la estructuras de la vida secular, ya que la misión de la Iglesia no consiste solo en ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo, sino también en impregnar y perfeccionar con el espíritu evangélico el orden de las realidades temporales.

El cristianismo es el encuentro con Jesús y no una doctrina o principios.


El cristianismo no puede ser reducido a doctrina, ni a simples principios. Cristo, centro del cristianismo, está vivo y su presencia constituye el acontecimiento que renueva constantemente a las criaturas humanas y al cosmos. La exigencia de un cristianismo integral, que no llega a compromisos cuando se trata de la verdad y que sabe, al mismo tiempo, medirse con la historia y la modernidad, ha marcado todo este siglo y ha surgido con fuerza en el Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia ha comprendido cada vez más claramente, tras los acontecimientos de las décadas pasadas, en ocasiones dramáticos, que su tarea es la de atender y responsabilizarse del hombre; pero no un hombre "abstracto", sino real, "concreto" e "histórico", al que debe ofrecer incesantemente a Cristo como su único Redentor. De hecho, sólo en Cristo  el ser humano puede experimentar el sentido auténtico y pleno de su existencia. El cristianismo, por tanto, no puede ser reducido a doctrina, ni a simples principios, pues Cristo, centro del cristianismo, está vivo y su presencia constituye el acontecimiento que renueva constantemente a las criaturas humanas y al cosmos. Esta verdad de Cristo hoy tiene que ser proclamada con vigor, tal y como ha sido defendida valientemente en el siglo XX por tantos testigos de la fe e por ilustres pensadores cristianos.
J.P. II

El hombre, un reflejo del amor de la trinidad.


Dios y el hombre, el Creador y la criatura. Dos lados opuestos de un misterio, que parecen estar separados por un abismo, pero que en realidad se encuentran unidos por un lazo muy profundo, la vida. Un don de Dios al hombre que rompe todas las distancias, hasta el punto de que le sitúa en «íntima relación» con el Absoluto, haciéndole en cierto sentido ya en la tierra un reflejo de la gloria misma del Padre, del Hijo y del Espíritu. El primer lazo del hombre con la eternidad está presente ya desde que comienza a respirar, lo que constituye una «intervención trinitaria de amor y de bendición». Así, desde ese momento, desde su origen, la existencia del hombre asume una dimensión nueva, una «nueva vida». «Esta vida trascendente infundida en nosotros por la gracia nos abre al futuro, más allá del límite de nuestra caducidad de criaturas». «Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo». «De este modo alcanza su culmen la verdad cristiana sobre la vida. Su dignidad no sólo está ligada a sus orígenes, a su procedencia divina, sino también a su fin, a su destino de comunión con Dios en su conocimiento y amor». J. Pablo II

«El hombre que vive es la gloria de Dios», pero «la vida del hombre consiste en la visión de Dios».

Nuestros deberes como católicos.


Debemos ser testigos de Cristo y tenemos que proclamar el evangelio a través del testimonio de nuestras vidas; tenemos que aprender mas acerca de nuestra fe Católica y estudiar las Sagradas Escrituras para poder reconocer la santidad de nuestra Santa Madre la Iglesia, para que podamos defenderla de los ataques del enemigo.
Tenemos que volvernos eucarísticos, puesto que nosotros rezamos " Danos hoy nuestro pan de cada día" y tenemos el privilegio de recibir diariamente el pan que bajó del Cielo.
Tenemos que respaldar al Papa, los obispos y los sacerdotes. Para nosotros no existiría Iglesia sin la Eucaristía, y no habría Eucaristía sin el Sacerdote.
Tenemos que ser Marianos y consagrarnos a Nuestra Señora la Virgen María, puesto que ella es la madre de la Iglesia, Ella es nuestra madre celestial y el Señor dice que tenemos que volvernos como niños [hijos de ella ] para poder entrar al Reino de los cielos.
Apocalipsis 12:17 Y el Dragón estaba furioso en contra de "la mujer" (Nuestra Señora la Virgen Maria, madre de Cristo): y fué a hacerle guerra al resto de su semilla [los Católicos], quienes guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo. (Emanuel: Dios con nosotros en la Sagrada Eucaristía )

sábado, 13 de agosto de 2011

“El mundo ha sido creado para la gloria de Dios”


Es una verdad fundamental que la Escritura y la Tradición no cesan de enseñar y de celebrar: "El mundo ha sido creado para la gloria de Dios". Dios ha creado todas las cosas, "no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla".  Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad:  "Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas".

En su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para manifestarla por los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios, en su libérrimo designio , en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez una y otra criatura, la espiritual y la corporal (DS 3002).

La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad,  para alabanza de la gloria de su gracia".: "Porque la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" . El fin último de la creación es que Dios , "Creador de todos los seres, se hace por fin `todo en todas las cosas, procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad".

 Cfr. C.I.C. 292-294

viernes, 12 de agosto de 2011

La creacion: obra de la Santisima Trinidad.


"En el principio, Dios creó el cielo y la tierra": tres cosas se afirman en estas primeras palabras de la Escritura: el Dios eterno ha dado principio a todo lo que existe fuera de él. El solo es creador. La totalidad de lo que existe (expresada por la fórmula "el cielo y la tierra") depende de aquel que le da el ser.
"En el principio existía el Verbo... y el Verbo era Dios...Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra...todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de vida", "el Espíritu Creador", la "Fuente de todo bien".
La acción creadora del Hijo y del Espíritu, insinuada en el Antiguo Testamento (cf. Sal 33,6;104,30; Gn 1,2-3), revelada en la Nueva Alianza, inseparablemente una con la del Padre, es claramente afirmada por la regla de fe de la Iglesia: "Sólo existe un Dios...: es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas  por sí mismo, es decir, por su Verbo y por su Sabiduría", "por el Hijo y el Espíritu", que son como "sus manos". La creación es la obra común de la Santísima Trinidad.
            CIC 290-292

El dogma de la Santísima Trinidad



El dogma de la Santísima Trinidad, es un Misterio inefable, infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana.

La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia.

La Trinidad es una.
No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" es decir: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina"

Las personas divinas son realmente distintas entre si.
Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede".

Las personas divinas son relativas unas a otras.
Todo es uno en ellos. "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo".

(Cfr. CIC 249-256)