UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.
La práctica de
algunas expresiones de la fe cristiana puede contaminarse con actitudes
mezquinas como el chantaje, la vanidad y la búsqueda de seguridad. Quien
participa de la Eucaristía o de alguna otra práctica sacramental para aquietar
su conciencia culpable, sin la correspondiente voluntad de convertirse, está
queriendo engañarse a sí mismo. A Dios no lo puede engañar. Con sobrada razón
el Señor Jesús, citando al profeta Jeremías, rechazaba la conducta de quienes
convertían la religión en un refugio para seguir haciendo el mal a cambio de
realizar rezos y presentar ofrendas. Realizaban una especie de permuta,
presentando ofrendas externas, sin la correspondiente actitud justa y fiel ante
Dios y los hermanos. Si algo fue proclamado con insistente claridad por los
profetas y el mismo Señor Jesús, es que Dios no es cómplice de quienes abusan
de los débiles y a la vez visitan santuarios, entonan oraciones y presentan
ofrendas en el templo.
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