Las crecientes formas del mal que afligen a la humanidad se
enmascaran en ideologías aparentemente sensatas. Los discursos de odio
repetidos incesantemente contra los migrantes caricaturizados como criminales,
contra los pobres y las minorías de todo tipo, como si fueran una amenaza
contra el bienestar de las naciones prosperas, son una llamada de atención para
la conciencia cristiana. Quienes celebramos la Pascua de Jesús, no podemos
permanecer indiferentes ante ese nuevo viacrucis. Vivir en congruencia con los
valores evangélicos es una opción más que viable porque puede acrecentar la
vida digna de tantas personas que sufren. El respeto cabal a la dignidad
humana, la práctica constante de la compasión y la hospitalidad son los frutos
más claros que él o Espíritu de Jesús resucitado, suscita en el corazón de los
discípulos. Cada uno deberá decidir si quiere vivir conforme a los frutos de la
carne o a los frutos del Espíritu.
REFLEXIÓN: "La Pascua es la
verdadera salvación de la humanidad. Si Cristo, el Cordero de Dios, no hubiera
derramado su Sangre por nosotros, no tendríamos ninguna esperanza, la muerte
sería inevitablemente nuestro destino y el del mundo entero. Pero la Pascua ha
invertido la tendencia: la resurrección de Cristo es una nueva creación, como
un injerto capaz de regenerar toda la planta. Es un acontecimiento que ha
modificado profundamente la orientación de la historia, inclinándola de una vez
por todas en la dirección del bien, de la vida y de perdón. ¡Somos libres,
estamos salvados! Por eso, desde o profundo del corazón exultamos: «Cantemos al
Señor, sublime es su victoria»" (Benedicto XVI, 2010).
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